Como ya es sabido, somos el tercer país de la Unión Europa en superficie forestal arbolada (por detrás de Suecia y Finlandia) y con el mayor incremento de superficie de bosque con un ritmo anual de crecimiento del 2,19% frente al de la media europea con un 0,51%.
Estos datos ponen de manifiesto el gran potencial forestal de nuestro país pero, sin embargo, el nivel de aprovechamiento es muy inferior a ese potencial; se quedan en el monte anualmente del orden de 30 a 40 Mm3 de madera y biomasa, pudiéndose garantizar un aumento de la producción sin sobrepasar la capacidad del bosque.
Como las extracciones son inferiores al crecimiento anual, esto conlleva la acumulación de existencias en el monte que no se están valorizando, con la consiguiente pérdida de riqueza y disminución del estado óptimo de las masas forestales, así como un incremento en el riesgo de incendio y en la gravedad de los mismos por la elevada carga combustible.
España es uno de los últimos países de la Unión Europea en consumo de biomasa per cápita con un 0,103 tep/hab mientras que en Finlandia es de 1,435tep/hab.
Todos debemos preguntarnos qué está pasando. Los selvicultores buscan valorizar un recurso, y los compradores necesitan rentabilizar al máximo su negocio para poder ser competitivos. El mercado bioenergético es tan ajustado que no da para hacer una gestión suficiente del monte. Los costes actuales de aprovechamiento maderero en España y el precio de mercado del producto hacen inviable poner en producción mucha madera que queda en los montes sin utilizar.
Un problema es la visión cortoplacista de los planteamientos y el monte requiere soluciones a largo plazo. El sector necesita urgentemente un apoyo de la política forestal, que podría venir por los Planes de Desarrollo Rural, incentivos económicos o fiscales a la inversión en gestión forestal, un marco regulatorio adecuado…
La aplicación de una política incentivadora en el monte para obtener un precio competitivo del producto obtendría unos retornos económicos para la Hacienda Pública que la harían sostenible (través de la recaudación del IRPF y cotizaciones a la Seguridad Social por el empleo generado, IVA, ahorros en desempleo y en extinción de incendios), y además contribuirían a reducir la dependencia energética exterior.
“La oferta está ahí, sólo hay que organizarla e incentivarla adecuadamente –expresó Patricia Gómez Agrela, gerente de COSE, la Confederación de Organizaciones de Selvicultores de España-. El sector mira con optimismo la evolución de las técnicas en torno a la astilla; se prevé que puede tener un buen recorrido siempre que sea de calidad. La biomasa forestal para generación de energía térmica a través de instalaciones de calor ha experimentado un buen incremento, pero requiere un gran volumen de consumo para alcanzar rentabilidad. Necesitamos demanda, para crear un motor económico”.
De hecho, existe un flujo de exportación de biomasa forestal, de un recurso autóctono, que evidencia la existencia de un mercado que funciona, pero que aún no está sirviendo para potenciar un desarrollo local.
Los consumidores de esta fuente de energía reclaman un servicio integral que funcione con eficiencia: Aprovechamiento, transformación y suministro. De un combustible renovable, en un mercado estable, con un desarrollo sostenible. “Es un mercado estratégico para los propietarios de los montes -concluyó Patricia Gómez-. Sólo nos hace falta un empuje”.
En el debate se lanzaron las siguientes cuestiones:
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Recurso estratégico y de proximidad, que puede contribuir al desarrollo local a través de políticas energéticas, ambientales y de cambio climático
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Poner en valor las masas forestales que no están aprovechadas. El monte ha de ser sostenible, con estrategias a largo plazo y actuaciones razonables, realizadas a través de una planificación forestal. Para el propietario, la biomasa es un recurso más; una parte del aprovechamiento del monte.
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Hoy en día, el criterio que prevalece es que la energía sea barata, sin tener en cuenta los beneficios ambientales y sociales de la gestión forestal. Hay que buscar el valor añadido de la biomasa -
Otro obstáculo es la incertidumbre al competir contra un combustible fósil con muchas fluctuaciones en el tiempo
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Si hay consumo, habrá recogida y transformación de biomasa. Hay que impulsar la demanda pero garantizando que promoverá la gestión forestal.
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Conceder ventajas fiscales a la gestión forestal sostenible en general, y a la explotación de biomasa en particular. También al consumo final.
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Adecuando la gestión administrativa al aprovechamiento: Más bonificaciones y menos sanciones. Para estimular la extracción de la biomasa del monte.
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Gravando las emisiones de CO2 y otros gases contaminantes a la atmósfera, en el marco de una economía baja en carbono y de transición energética
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Favoreciendo las condiciones que preserven la biomasa a un 30% de humedad, para que sea rentable para las empresas que la transforman.
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Trabajar en la certificación, trazabilidad, estandarización y normalización de la astilla.
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Acompasar las ayudas con los tiempos de producción para ser estables en el largo plazo y optimizar la gestión y planificación.
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Limar el miedo y la desconfianza cuando se acometen intervenciones selvícolas. Falta cultura forestal que se ha ido perdiendo en las sucesivas generaciones.
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Creyendo con decisión en un recurso que es autóctono y apostar por su desarrollo. Si no lo hacemos, nos penalizará la Unión Europea porque es obligatorio invertir en las energías limpias.
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Haciendo lobby por un producto brillante y un mercado prometedor. Un lobby necesario, para cambiar dinámicas y que las pequeñas empresas puedan ser competitivas
Somos las segunda superficie forestal europea, pero tenemos también el récord de madera vieja en pie… Algo sobre lo que tenemos que actuar con urgencia. “Pongamos en valor el monte -concluyó Patricia Gómez Agrela-. Hagamos entre todos que la rentabilidad sea suficiente para hacer selvicultura”.