A pesar de la complicada situación que estamos viviendo en 2020, y cuyas implicaciones a largo plazo resulta imposible desgranar en unas pocas líneas, mi visión del futuro próximo para el sector de la bioenergía es optimista, sobre todo cuando observo la perseverancia y resiliencia que exhiben nuestras empresas.
El crecimiento del sector es sólido y se sustenta en tres pilares fundamentales; en primer lugar, la sostenibilidad de la materia prima utilizada, seguido de la calidad de los biocombustibles sólidos producidos y, por último, y no menos importante, la significativa evolución tecnológica de los equipos de combustión, que han mejorado tanto sus rendimientos como la capacidad para reducir las emisiones.
Mantener el compromiso con estos aspectos es transcendental para que sigamos en la senda del desarrollo sostenido y sostenible de nuestro sector.
Realmente, podríamos decir que este es el “catecismo”, las instrucciones elementales que subyacen a cualquier decisión y que nos permitirán superar las trabas que nos encontramos en nuestro quehacer diario para seguir implantando la biomasa en nuestro país. Porque, aunque consistente en su progresión, el sector de la bioenergía no consigue alcanzar los ambiciosos objetivos que merece por capacidad y preparación.
Los 28 días durante los que España podría abastecer con biomasa todos los consumos de energía en 2020 son muy pocos y no reflejan el potencial real que poseemos. El exiguo avance conseguido este año, tan solo 0,7 días más con respecto a 2019, nos deja insatisfechos, sobre todo cuando algunos países ya superan con creces los 100 días e incluso la media para la UE -48 días- es notablemente superior.
Este dato quizás simplifica la realidad, pero es indicativo de la necesidad de redoblar nuestros esfuerzos para lograr una penetración mayor de la biomasa en el mix energético nacional: continuar mejorando la calidad de los equipos y los biocombustibles y reduciendo emisiones.
Pero este esfuerzo ha de ir acompañado necesariamente de un apoyo público fiable; en el caso de la biomasa para usos térmicos, mediante convocatorias de tramitación sencilla para las empresas y dotadas con presupuestos generosos.
Y, en cuanto a la biomasa para generación de electricidad, es urgente que se convoquen subastas específicas con una remuneración suficiente al kilovatio generado, que reconozca tanto los costos asociados a la tecnología, como los beneficios particulares que ofrece: gestionabilidad de la producción, generación de empleo o fijación de población en las zonas rurales.
Son tiempos complicados, pero estoy seguro de que nuestro sector los superará y seguirá en la senda del crecimiento y la consolidación de la biomasa como vector energético fundamental en la recuperación de esta aguda crisis producida por la Covid 19.
Javier Díaz, presidente de la Asociación Española de la Biomasa