Es una realidad que en nuestro país, al igual que en todos aquellos con un clima de tipo mediterráneo, los incendios forestales se presentan de una forma sistemática, sean cuales fueran sus causas, y no contar de partida con este dato como una causa estructural y con el hecho de que debe ser respondido fundamentalmente con medidas preventivas, tanto de carácter técnico como sociopolítico, conducirá a una gestión cuyos errores no encontrarán justificación en las «elevadas temperaturas que venimos soportando».
Nos encontramos en un escenario de cambio climático, con una previsión de aumento de más de un mes de sequía al año como ya estamos observando este mismo año, y mayores y más frecuentes olas de calor y con pluviometría cada vez más errática. Estos factores inciden en la ocurrencia de fuegos cada vez más virulentos y complejos en su gestión, extinción y prevención.
En España, con casi 27 millones de ha de superficie forestal, se queman al año algo más de 100.000 ha (cifra media en el último decenio). En general, la elevada presión de las actividades humanas y el calentamiento global están modificando la frecuencia, intensidad y tamaño de los incendios forestales, con importantes consecuencias para el entorno natural y la sociedad en su conjunto, entre las que destacan las trascendentales repercusiones socioeconómicas que provocan en las zonas rurales. Además hemos de tener en cuenta el aumento de la biomasa disponible en nuestro país (la biomasa forestal ha aumentado un 100% en los últimos treinta años).
Incendios forestales se producen durante todo el año, y la realidad es que las cifras se encuentran prácticamente estabilizadas desde el año 2000, a pesar de lo cual, y según datos del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, cada año el fuego descontrolado afecta a unas 108.000 hectáreas de superficie forestal, de las que 35.000 son arboladas.
En España, con casi 27 millones de ha de superficie forestal, se queman al año algo más de 100.000 ha
En este último decenio, el 96% de los siniestros que tuvieron lugar en España han sido producidos por actividades humanas, de forma intencionada o por negligencias o accidentes. El análisis detallado debe hacerse por zonas geográficas dado que hay importantes diferencias, pero se puede afirmar que el origen de la mayoría de los incendios está ligado a las prácticas tradicionales de quema con finalidades agropecuarias, como las quemas de restos agrícolas o quemas de pastos. Estos casos están catalogados como negligencias/accidentes cuando el autor, además de haber hecho la solicitud de quema si fuera necesaria y haber tomado medidas preventivas, permanece en el lugar controlando la quema y, aun así, esta se escapa.
SITUACIÓN DE RIESGO EN NUESTRO PAÍS
Los factores que han originado la situación de riesgo actual en el ámbito mediterráneo son conocidos, y relativos al contexto socioeconómico, al estado del medio natural y al cambio climático.
El abandono de la actividad agrícola extensiva por falta de rentabilidad y de otros usos tradicionales del monte como la recogida de leña y el pastoreo extensivo han condicionado de forma manifiesta la realidad actual de las áreas rurales, sometidas a la falta de los cuidados necesarios.
Los cambios en la distribución de la población y su relación con el territorio y el paisaje es un factor determinante, así como una ordenación territorial que no considera el riesgo de incendios forestales.
Nuestras áreas rurales continúan despoblándose y una parte de ellas corre el riesgo de desaparecer. De los 8.125 pueblos que vertebran nuestro territorio, seis de cada diez municipios rurales tienen una población menor de mil habitantes y muchos de ellos se encuentran en riesgo de extinción. Y la situación va a peor porque son núcleos con población muy envejecida. Esta crisis que atraviesa el mundo rural actual comporta la pérdida de la capacidad de detección y extinción inmediata por parte de la población rural, pérdida de caminos rurales al invadirlos la maleza, conocimiento del territorio, etc.
A esta falta de gestión forestal hay que añadir el aumento de la superficie forestal y una acumulación de combustible con un aumento de un 100% de la biomasa forestal en 30 años. Nos fijamos demasiado en la especie que arde cuando lo importante es la estructura, cómo está dispuesta esa biomasa y cómo está gestionada la plantación.
Además, hay que incidir que nos encontramos con un escenario de cambio climático, como ya estamos observando este mismo año, y mayores y más frecuentes olas de calor y con pluviometría cada vez más errática. Estos factores inciden ya no sólo en el incremento de la biomasa disponible, sino en la ocurrencia de fuegos cada vez más virulentos y complejos en su gestión, extinción y prevención.
La Organización Mundial de la Meteorología (OMM) ha advertido de que se pueden esperar nuevas olas de calor este verano, como la que actualmente está viviendo Europa, tanto en el viejo continente como en partes de Asia, y que este año será de nuevo «excepcionalmente caluroso”, lo que nos hace ser especialmente pesimistas.
Los incendios forestales están lejos de ser un fenómeno que podamos eliminar. Vivimos en un entorno mediterráneo en el que fuego y paisaje son un binomio imposible de disociar. Pero debemos hacer el máximo esfuerzo para evitarlos y minimizar sus terribles efectos directos sobre las personas y sus bienes, y las consecuencias que tienen sobre el medio: pérdida de productos (madera, corcho, frutos, setas, resina, caza…) y biodiversidad, además de cuantiosos daños ambientales que pasan muchas veces desapercibidos como el empeoramiento de la calidad del aire, la emisión de CO2 y la contribución al efecto invernadero, la pérdida de control y defensa frente a avenidas y sequías, la erosión, el deterioro del paisaje (muy relacionado con el ocio, el turismo y valores emocionales) además de gran alarma social.
EL CASO CONCRETO DEL ARCO ATLÁNTICO
El mayor número de incendios forestales en España se produce en el arco noroeste, Galicia, Asturias, Cantabria, provincias de León y Zamora, y están, en su mayoría, relacionadas con las actividades ganaderas, siendo por lo tanto incendios provocados.
La estructura de las ayudas de la Política Agrícola Común de la Unión Europea (PAC), están siendo, en nuestra opinión, uno de los factores que están incidiendo en el aumento de los incendios forestales en estas zonas desde el año 2007.
La última revisión de la cartografía de pastos, ha reducido considerablemente la superficie susceptible de recibir ayudas. Este aumento de la superficie no susceptible de percibir ayudas tiene varias causas, por una parte la reducción de la carga ganadera total por unidad de superficie y por otro las diferencias existentes en número de la cabaña ganadera, al haber bajado el censo de ganado menor, con lo cual el aprovechamiento del pasto se ha reducido, aumentando el matorral. Esto en principio no es malo, el matorral es la antesala del bosque y un paso en su evolución climática hacia estadios superiores, el monte no está sucio, el monte es así, lo contrario son los parques y jardines urbanos o periurbanos.
Es un grave error tratar el problema de los incendios forestales solamente bajo el punto de vista de la extinción
Si la necesidad de pasto para sustento del ganado, no explica de forma única el porqué de los incendios, se debe inferir que hay, al menos, otra causa, el mantener las hectáreas subvencionables, y así mantener el nivel de rentas.
El sistema es perverso, ya que condiciona a mantener hectáreas de superficie, se usen o no, detrayéndolas del bosque actual o futuro, al objeto de mantener el sistema de ayudas, que por otra parte supone una importante parte de los presupuestos comunitarios, y por otra exigimos ayudas para extinguir el fuego y recuperar los terrenos quemados, que el sistema de ayudas puede inducir, cuando menos kafkiano.
Esto no debe entenderse como una crítica a un sector, el ganadero, que es imprescindible para el mantenimiento de la estructura social del medio rural. Los habitantes del medio rural tienen derecho a vivir en él y vivir del campo.
La ganadería es necesaria para el sustento de una parte importante de la población rural, para el mantenimiento de grandes áreas de montaña, la biodiversidad en las mismas y la conservación del paisaje.
La crítica es al sistema de ayudas, en especial aquellas que tienen base territorial, y que está, en nuestra opinión, en el origen de muchos incendios forestales en el arco atlántico.
LA GRAN MAYORÍA DE LAS URBANIZACIONES Y MUNICIPIOS NO TIENEN PLANES DE AUTOPROTECCIÓN CONTRA INCENDIOS FORESTALES
Cada año aumentan los incendios forestales que afectan a urbanizaciones o poblaciones que están rodeadas de vegetación forestal o están en terrenos forestales (incendios en interfaz urbano-forestal).
Este tipo de incendios son especialmente peligrosos para las personas que habitan estas urbanizaciones, a las que hay que evacuar en muchos casos, pero también lo son para los profesionales que trabajan en la extinción del incendio. Los incendios al llegar a una zona de interfaz se convierten en una poli-emergencia.
Pese a ser obligatorio, la gran mayoría de urbanizaciones y municipios no cuenta con planes de autoprotección contra incendios forestales. Hay una escasa percepción del riesgo por parte de la población y propietarios. Se hace necesario una concienciación y aceptación del compromiso que supone vivir en el monte como punto de partida para cualquier estrategia de protección. Hay que establecer mecanismos técnicos y sociales que informen y adviertan del riesgo real a los ciudadanos.
Lo que es evidente es que hay que invertir más en gestión, lo que sin duda repercutirá en el desarrollo de un medio rural cada vez más abandonado
Actualmente los medios de extinción y de protección civil no pueden ni deben asumir toda la responsabilidad e incluso ponerse en situación de riesgo, particularmente si no se han observado las mínimas normas de autoprotección y prevención. Los medios pueden ser insuficientes en grandes incendios forestales y episodios de simultaneidad de incendios. Es necesario transmitir este mensaje a la población.
Se ha identificado la necesidad y posibilidad de evolucionar los paisajes forestales con interfaz hacia estructuras menos vulnerables y más resilientes al paso del fuego según su vocación, promocionando la gestión integral e incorporando actividades agro-forestales así como mediante la creación de espacios de diálogo entre la población y el monte.
SOLUCIONES: GESTIÓN FORESTAL Y ORDENACIÓN DEL TERRITORIO
Es un grave error tratar el problema de los incendios forestales solamente bajo el punto de vista de la extinción. Tampoco es cuestión de establecer una disyuntiva entre prevención y extinción. Se trata de política forestal, de planificación y ejecución de proyectos, con inversiones continuadas e importantes en la gestión de los montes, lo cual implica, en unas ocasiones, mayor gasto en prevención y en otras mayor gasto en medios y profesionalización en extinción.
Los profesionales, que hemos sido preparados para gestionar los montes, bajo los principios de la sostenibilidad, sabemos que, en cualquier masa forestal en la que no se han aplicado los correspondientes tratamientos preventivos contra incendios y en la que existe una continuidad horizontal y vertical de la vegetación, cuando en ella se produce un incendio, éste puede avanzar de una forma brutal sin que podamos hacer demasiado para atajarlo. La mayoría de los incendios, una vez que no puedan ser controlados en su inicio, se convertirán, mientras no cambie la estructura de la vegetación, o milagrosamente las condiciones meteorológicas, en una lucha desigual entre la naturaleza y el hombre con todos sus medios, que muy probablemente tendrá un único y seguro vencedor: el fuego.
En España tenemos medios suficientes para atacar un número simultáneo, pero reducido, de incendios forestales. Sin embargo, cuando un incendio se muestra con su mayor virulencia, o se producen más de treinta incendios a la vez en una misma provincia, los medios en extinción son siempre insuficientes.
Lo que es evidente es que hay que invertir más en gestión, lo que sin duda repercutirá en el desarrollo de un medio rural cada vez más abandonado.
Si conseguimos reducir el número de incendios, y esto es responsabilidad de todos, seremos más eficaces en la lucha contra el fuego con los medios de que disponemos. La extinción debe ser el último recurso.
Y no debemos olvidar que el verdadero drama ecológico, económico y social comienza después del incendio. La noticia no debe ser sólo el suceso del incendio, sino que debe procurarse una información que se centre, además, en el proceso: causas y consecuencias. La auténtica catástrofe suele venir después del incendio de grandes proporciones puesto que una inadecuada planificación y ejecución de los trabajos de recuperación incrementa el desastre ecológico, social y económico que originan los incendios.
COLEGIO OFICIAL DE INGENIEROS TÉCNICOS FORESTALES Y GRADUADOS EN INGENIERÍA FORESTAL Y DEL MEDIO NATURAL