El escultor Jesús Arévalo Jiménez es reconocido a nivel mundial por su obra, principalmente de motivo religioso. Utiliza distintos materiales como la madera, el bronce o la piedra. “Materiales que me gustan y considero nobles y aptos para la realización de una escultura”, afirma.
Lo más característico de su obra son las piezas talladas de forma directa en troncos de cedro de grandes dimensiones, una técnica y un formato que siempre le ha reportado maravillosas experiencias y felices resultados, motivo por el cual fue requerido como artista por la Fundación de Amigos del Museo del Prado para impartir conferencias sobre la talla en madera en el marco de los «Cursos sobre técnicas artísticas» que se impartieron en 2016 a 2017.
Estudió Bachillerato de Ciencias Puras, su intención era ser Biólogo o Ingeniero Técnico Forestal, pero cuando iba a entrar en la universidad sus padres le animaron a no descartar la vocación artística que ellos veían clara él, ellos también la tuvieron y no la desarrollaron, su padre como músico y su madre como excelente dibujante; pero a él el mundo del arte le producía una enorme repulsa, era para él un mundo ensimismado y enfermizo, también incomprensible. “En todo caso me gustaba pintar, dibujar y modelar, pero deseaba siempre hacerlo lo más lejos posible de cualquier influencia, o más bien sin someterme a ninguna influencia, no quería saber qué se hacía o se dejaba de hacer, yo quería recorrer y descubrirlo todo como si nunca hubiese estado nadie antes ahí, y si lo estuvo, no quería tampoco pararme mucho a pensar en ello. Esa visión solitaria de búsqueda y encuentro en el arte se me hace imprescindible. Para mí es liberador ese refugio mio, esa cabaña con ventanas a los cuatro puntos cardinales, ventanas que se pueden abrir y cerrar”, explica.
Entró en Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid. En los primeros años estuvó tentado a dejar la carrera varias veces, pero al final descubrió maravillado la escultura y le dieron una enorme libertad para trabajar en el taller. “Llevé troncos de un cedro que talaron en Barajas, donde trabajaba de encofrador por las mañanas, también pude llevar buenos bloques de piedra. Acabé licenciándome con Matrícula de Honor en Técnicas y Procedimientos Escultóricos. Después, al acabar, fui solicitado durante unos años como Colaborador Honorífico y después como artista Invitado por el Departamento de Escultura de la Facultad”, apunta.
Ahora es uno de los escultores de arte sacro más relevantes de nuestro país. “Es hacia donde me ha llevado la Providencia. En cualquier caso, como creyente, hacer una obra que toque el alma, sobre todo de los ajenos a la fe, es un hecho increíble y maravilloso. También tengo obra profana, principalmente torsos, en piedra y madera, masculinos y femeninos, que es un tema, el de la figura humana, que me apasiona”, reconoce.
Muchos de sus trabajos los realiza en talla directa. Una técnica que le apasiona y que domina a la perfección. “En la talla directa, más que buscar una obra, se encuentra uno con ella. Es un encuentro al que se llega de la mano de la intuición, que es una fuente de conocimiento superior a la razón. Es un proceso muy íntimo lleno de momentos muy especiales, de vivencias, de alegría, de angustia, de prudencia, pero también de decisión, de abatimiento y euforia…”, indica.
“La talla directa en troncos de árbol y bloques de piedra, activa y desarrolla enormemente funciones cerebrales y las conexiones entre hemisferios, está junto al modelado entre las causas y efectos de la evolución humana, y es incalculablemente anterior al propio hombre. También enseña y potencia grandes virtudes como son el dominio del ímpetu y de uno mismo, la decisión, la paciencia y la prudencia, la determinación, la disposición a perder la fama, a equivocarse y a exponerse”, añade.
“Ver surgir la obra es vivir un encuentro personal con ella, y también veo muchas veces que al hacer la obra ella también me hace a mi y ha estado haciendo y seguirá haciendo en otras personas en el lugar donde surgieron, por donde han pasado y en el lugar en el que permanecen, o permanecerán en esta y en próximas épocas”, puntualiza.
Jesús Arévalo Jiménez trabaja con distintos materiales, pero uno de los que ha utilizado mucho es la madera. “La madera es una materia muy cercana por su origen vivo a nosotros. Cuando se trata de tallar troncos (principalmente uso de cedro) aparecen grietas, nudos, manchas… que, en gran parte, influyen en la realización de la obra y siempre acaban formando parte del carácter y ornamentación final de la escultura. También he podido encontrar objetos incrustados. En una ocasión llegué a encontrar balas a unos ochenta anillos de profundidad en un tronco que está en lo que fue una zona de fuego cruzado en la Guerra Civil. Fue ahí donde realicé la talla de la Virgen del Abrazo”, recuerda.
Aparte de utilizar cedro en sus obras, también ha utilizado madera de cedro americano, de pino, de tilo, de abedul… Además, también le gusta trabajar la piedra, la arcilla o el bronce.
Sus obras las podemos ver en Estados Unidos, Bélgica, Italia, Israel, Reino Unido… Y en España también se pueden encontrar esculturas suyas en grandes ciudades.
Está muy contento de cada una de sus obras, ya que todas tienen sus anécdotas que las hacen ser especiales, pero si tiene que destacar algunas se queda con el torso en piedra que tiene en el Instituto Geominero de Madrid, la Virgen del Abrazo de Valdebebas, las del County Hall de Londres, un San Miguel en bronce, la Virgen de la Almudena en la Cuesta de la Vega en Madrid… Pero, sobretodo, tiene una especialísima debilidad por una maternidad tallada en un tronco de cedro que siempre le acompaña.
En la actualidad se encuentra en Albania haciendo un Nacimiento de tamaño monumental, en un mármol magnífico procedente de Macedonia. Luego tiene ya proyectos en las ciudades españolas de Valencia y Córdoba o en otras estadounidenses como Texas y Boston.