Los niños que van a escuelas con abundantes árboles y zonas verdes tienen un mejor desarrollo cognitivo que aquellos que estudian rodeados de asfalto, cemento y hormigón. Es la principal conclusión de un estudio en el que han participado 2.715 alumnos de primaria de 39 escuelas de Barcelona y Sant Cugat del Vallès.
Los resultados, que se presentan en la revista PNAS, indican que un 8,8% de los niños que tienen trastornos de atención en escuelas con pocos árboles resolverían su problema si disfrutaran de un entorno con más vegetación.
La diferencia se debe en parte a que los árboles mitigan los efectos de la contaminación, que en estudios anteriores ha demostrado ser perjudicial para el desarrollo cognitivo.
Pero la menor contaminación no explica más del 50% del efecto beneficioso de los árboles sobre el desarrollo cognitivo. Tiene que haber, por lo tanto, algún otro efecto positivo más allá del aire limpio.
Una posibilidad es que el bienestar psicológico que aportan árboles y zonas verdes sea beneficioso para el desarrollo cognitivo.
Una posibilidad alternativa o complementaria es que las especies vegetales silvestres modulen la microbiota de los niños (es decir, los microbios que viven en su organismo), y que sea la microbiota la que tenga efectos positivos en el cerebro.
“Nuestros datos indican que el beneficio depende del tipo de vegetación. Los pinos parecen ser especialmente beneficiosos. Esto favorecería la hipótesis de la microbiota, pero es algo que habrá que investigar más a fondo”, declara Jordi Sunyer, investigador del Centre de Recerca en Epidemiologia Ambiental (Creal) y coordinador del estudio.
Sea cual sea el mecanismo, los datos son inequívocos. El estudio ha evaluado, en niños de entre 7 y 10 años, tres aptitudes que se desarrollan en esta franja de edad y que influyen en el potencial intelectual posterior. Se ha analizado la memoria de trabajo, que permite retener datos brevemente en el cerebro y que es esencial para leer o calcular; la memoria superior de trabajo, que es un indicador de inteligencia, porque permite retener datos más complejos y razonar con ellos; y la capacidad de atención, que también es clave para el rendimiento académico.
Estas aptitudes se han evaluado cuatro veces a lo largo de un año para cada alumno. Los resultados se han cotejado con la cantidad de vegetación que hay en el entorno de cada escuela, que se ha calculado a partir de imágenes de satélite.
Como era de esperar, todos los alumnos han mejorado en los tres indicadores a lo largo del año. Pero la mejora ha sido significativamente mayor entre los alumnos de las escuelas con más vegetación. “Este es el primer estudio que describe el efecto de la exposición a espacios verdes sobre el desarrollo cognitivo de los alumnos”, escriben los investigadores en PNAS. “Los resultados aportan pruebas a favor de actuaciones viables como aumentar los espacios verdes en las escuelas para conseguir mejoras en el capital mental de la población”.
Para las familias, añade Sunyer, “estos datos nos dicen que el contacto con la naturaleza tiene un efecto positivo para la salud en general y para el desarrollo cognitivo en particular”.
Josep Corbella, La Vanguardia